Jorge Alberto Gudiño Hernández
29/05/2021 - 12:05 am
¿Entretenimiento inocuo?
Hace tiempo, un ingeniero me confesó que cuando estaba muy estresado se ponía a resolver ecuaciones.
Cada quien es libre de desperdiciar su tiempo como mejor le plazca, siempre y cuando no dañe a los demás. La aclaración tras la coma es relevante. No sólo por los tiempos que corren sino por el matiz que puede significar.
Comienzo conmigo para no señalar sin ton ni son. Cuando escribo novelas, al terminar un capítulo, un apartado o un párrafo especialmente difícil, suelo descansar jugando juegos bastante simples, de los que se descargan en los teléfonos. Prefiero los que son episódicos y sólo requieren un par de minutos a los que me involucran en una larga aventura. Me sirven como descanso y distracción.
Sé que hay otros escritores que utilizan la pausa para fumar, para dar una vuelta, para ver un programa de televisión. También estoy consciente de que eso no estaría bien visto dentro de una oficina. El contador que, terminada una larga tabla de Excel, decide jugar un par de niveles de un jueguito será mal visto pese a que, es probable, que la distracción lo vuelva más productivo. La culpa la tiene, claro está, el analista que tiene abierto el solitario en su computadora durante todo el día. Está dañando a alguien más, así que su derecho se viene abajo.
Conozco personas peculiares. Hace tiempo, un ingeniero me confesó que cuando estaba muy estresado se ponía a resolver ecuaciones. Suena extremo pero, bien pensado, tiene algo de relajante: dar con un resultado, acceder a esa certeza. Yo no suelo resolver ecuaciones salvo cuando es necesario pero consumo unos videos relacionados. Lo hago en la noche, mientras los niños cenan, en ese intermedio que se crea antes de que se duerman. Veinte o treinta minutos al día. Mi esposa lo menciona como “mi lugar feliz”.
Abro YouTube y busco. Estoy suscrito a varios canales. En algunos resuelven problemas matemáticos de todo tipo. La mayoría van más allá de mis posibilidades. En otro, un alemán se dedica a resolver Puzzles (estos jueguitos manuales que consisten en diferentes retos). Hay algunos verdaderamente complejos, que le llevan muchas horas de esfuerzo. Me queda claro que a mí siempre me ganaría la desesperación. Otros más me explican cosas que trascienden mi especialidad. Sigo a una científica que da explicaciones por demás claras sobre física cuántica y temas afines. En fin, me entretengo. Supongo, además, que no daño a nadie.
Ayer vi un video compartido en las redes. Un sujeto (que al parecer tiene un programa en televisión abierta) pegaba celulares a los brazos de las personas vacunadas. Su argumento era que había algo magnético en lo que se inyectaba, de forma tal que podía pegar dichos equipos cerca de la zona donde se aplicó la vacuna. También mencionó monedas, no recuerdo si llaves. Me queda claro que lo hacía por entretenimiento y porque ése es su trabajo. También, que estaba dañando. No sólo por lo ridículo de su planteamiento, por la falta de rigor científico, por el desprecio a las evidencias, por el absurdo planteado. Estaba dañando porque, en una de ésas, con mala suerte, alguna persona de su auditorio confirmaba su propia teoría de la conspiración y, en consecuencia, decidía no vacunarse. “Yo no me voy a poner la vacuna porque ya se demostró que están inyectando componentes magnéticos, mira este video”.
Quiero pensar que no, que nadie creerá eso. Sin embargo, de la credulidad sin pruebas también hay evidencias. De ahí que, en este caso, debamos señalar que no, no todos tienen derecho a entretenerse y a perder su tiempo como quieran. No si están dañando a alguien. No si pueden provocar una afectación mayor.
Pese a todas las críticas por el enajenamiento que produce, ahora resulta más inocuo perder el tiempo emparejando joyitas de colores que ver un programa como ése.
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